Introduction

Introducir este trabajo monográfico no es sencillo. Tampoco lo fue encontrarle una teoría ni escribirlo pero son cosas que deben hacerse de alguna forma. Supongo que a veces las palabras se escapan y no hay redes de mariposas para alcanzarlas. Más aún si vamos a hablar de la vida cotidiana, de una serie de eventos en mi vida que se ligaron de repente para hacerme reflexionar sobre la sociedad.

La historia de este trabajo había empezado mucho antes de que yo tomara un lapicero o buscara un computador con el ánimo de escribirlo. Empezó cuando yo era una niña, luego saltó a mi adolescencia y finalmente me ha acompañado en los últimos meses. Pero solamente cuando tomé un lápiz con el fin de hurgar en mis diarios, noté cuán viejo era. Fue un proceso difícil este de verse hacia adentro, de sacar la familia y los amigos y empezar a analizar mi relación con ellos y reflexionar acerca de muchas de mis vivencias.

Los diarios, las conversaciones con mis amigos, con mis padres, con mis hermanas, mi proceso en la Universidad, todo, absolutamente todo está tejido con un hilo tan fino que a veces las uniones son casi imperceptibles. Sólo se perciben las malas terminaciones o los errores pero se trata de agudizar el ojo.

Cuando llegué a esta ciudad aprendí a ver el caos: ruido, polución, mucho tráfico, demasiado comercio, la gente que no se hablaba, la ciudad tan grande. La quise porque significaba empezar a vivir sola, a encontrar nuevas oportunidades. Creí que me iba alejar por completo de la fría ciudad en la que vivían mis padres pero en Bogotá es mucho más difícil hacer amigos, así que volvía a Tunja cada vez que podía.

Fue gracias a estos continuos viajes por el altiplano que conocí a más gente, que logré ligar y hallar las diferencias entre dos tipos de academia que aparentemente eran la misma.  Este continuo viaje creó una mezcla entre la calma y el caos, entre lo poético y lo teórico.

En uno de esos viajes sostuve una conversación que cambiaría mi visión sobre mí misma y me abriría los ojos. Un día en el que fui consciente de que era mujer. A pesar de haberlo sabido siempre, de haberlo visto siempre, no fui consciente de ello hasta que no tuve una fuerte conversación con una amiga. Y desde entonces empecé a escribir al respecto. No como una reivindicación, no, sino como un reconocimiento a una identidad de la cual no era consciente aunque funcionaba perfectamente en la sociedad y no luchaba contra ella. Empecé a hallar las diferencias y con esto también empecé a leer nuevos libros, nuevos autores, de esos que no son difíciles de encontrar en nuestras bibliotecas y que llegan siempre por medio de un amigo que viaja o de un profesor o profesora. También quise cambiar aspectos de mi vida y de mi entorno y en esa búsqueda por los cambios fue como llegó a mí el concepto de Autoetnografía.

Cuando decidí hacer una Autoetnografía como trabajo de grado supe que era todo un reto tanto para mí como para los probables lectores. Era un cambio en el estilo de hacer academia, era una forma distinta de ver y mostrar la realidad. Era lo más parecido a crear una grieta en una pared, pegarle un martillazo con mucha fuerza. Pero también fui consciente de que valía la pena arriesgarse, de la misma manera que vale la pena subirse a un escenario por primera vez para tocar una canción, o de la misma forma en la que hay que tumbar muros para hacer una nueva construcción.

Escribirla fue una aventura: perderme constantemente en el camino a pesar de tener la guía de Un Cuarto Propio, las sabias palabras de Virginia Woolf. Era saber que no la iba a copiar pero que había una idea central para desarrollar. Me sentaba entonces horas tras horas con mis diarios, releyéndome, buscando los puntos clave, a veces sencillamente escribiendo, intentando recordar. Hallé que no hay algo mejor para escribir que aquello de lo cual no se tiene idea, que es desconocido.

Aquí entonces hay un salón de experimentos alrededor de una pregunta: ¿qué necesita una mujer para escribir? Lo publiqué por distintos medios, muchas mujeres respondieron y aunque las respuestas eran vagas porque se referían a qué necesita un ser humano, no solamente una mujer, esto me dio para reflexionar e ir limitando mi proceso de búsqueda, y lograr ver cosas que afectan a la sociedad y ante las cuales pasaba indiferente. Descubrí que  Héléne Cixous tenía razón cuando apuntó que para escribir se debían cerrar los ojos y que leer era como comer a escondidas, siendo ambas cosas eventos solitarios llenos de placer. Cerré los ojos un poco y me dejé llevar por la emoción. Recordé momentos alegres y tristes, descubrí características de mí y de la sociedad. Entonces invito a que este trabajo se lea como una investigación sobre mí misma, como una constante búsqueda del rol del yo en la sociedad, como una forma de ver el impacto que esconden pequeñas acciones y fugaces momentos.